lunes, 13 de mayo de 2013

DE CAMPESINO A PERRERO - Parte II



El ‘puesto’ está ubicado en el atrio de la iglesia San Marcos, en el municipio de Envigado, Antioquia; al pasar por allí no luce nada convencional, está rodeado por unas cadenas blancas que se sostienen en ocho pequeños postes cromados, “la última vez que vino Sanidad nos exigió que teníamos que poner algo para separar a los clientes de la comida mientras la preparábamos”, así justifica esta particularidad John Fredy García, hijo de ‘Don Héctor’ y quien está a cargo del negocio cuando su papá descansa. Además de esto tiene una gigantesca sombrilla de triángulos verdes y naranjas, lo que invita a pensar que buscan hacer honor a la bandera del municipio donde se encuentran.

Héctor cuida su puesto, a pesar de sus 57 años trabaja cinco días a la semana y solo descansa los lunes y los jueves, días que aprovecha para “salir a tomarse un traguito o visitar algunos amigos”. A parte de su trabajo, la vida de este ‘perrero’ es muy monótona, frecuenta una cantina en el centro de Medellín, “La copa del rey”, allí toma aguardiente, casi siempre acompañado de alguna mujer más joven que él. “Las mujeres son su debilidad, después del negocio lo que más le gusta es salir con mujeres a tomar ‘guaro’ en el centro. Después sube a la casa como a las 4 de la mañana y siempre trae comida, él no se olvida de sus trabajadores, somos su familia y nos cuida”, dice Pedro, quien se ríe airoso cuando le pregunto por los gustos del ‘viejo’, como él llama a García.

Volviendo a su trabajo, ‘Don Héctor’ es entregado totalmente al negocio, sabe ejercer en todos los puestos: en la plancha, armando, recibiendo la plata, vendiendo las gaseosas; aunque casi él dice que le gusta “armar”, verbo que utilizan correctamente para nombrar el proceso que consta de agregarle los ingredientes a su producto. “En ese puesto le va mejor, desde ahí puede coordinar todo el negocio y así es más fácil”, agrega John Fredy quien siempre trabaja recibiendo la plata y entregando los fichos.

Su lugar de trabajo está casi siempre organizado, pues Héctor procura el orden y obviamente la limpieza, ya que está es obligatoria por ser un negocio de comidas. Mantiene limpio su trapo blanco con el que tira a la basura las sobras de ingredientes que se riegan cuando está ‘armando’, cada que puede va al botellón de agua y lo lava con jabón.

Así mismo es su casa, organizada, aunque en realidad parece una bodega, “aquí guardo todo lo del negocio, en cada pieza tengo algo diferente, en la primera las gaseosas, en el comedor tengo las neveras y en la de atrás tengo los panes”. Los tres cuartos que me mencionó están repletos, las torres de gaseosas limitan con el cielo raso, las cuatro neveras no tienen ya capacidad para guardar siquiera un kilo más de tocineta o un litro más de salsa, y las canastas de panes forman un laberinto en la última habitación.

Esta es la vida de ‘Don Héctor’, su trabajo y su aguardiente. El primero le ha causado el desgaste corporal que trae la vejez, ahora comienza a perder su pelo y se dejan ver algunas canas en una barba que apenas se nota; pero el segundo le permite convencerse de que todavía conserva algo de su juventud, podría decirse que se viste elegante y usa sus camisas a cuadros solamente cuando va a tomar, “así me ven mejor mis niñas”, dice sonriente mientras se acomoda una gorra beige con la que se tapa esos efectos de la edad que ya mencioné.

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