Héctor cuida su
puesto, a pesar de sus 57 años trabaja cinco días a la semana y solo descansa
los lunes y los jueves, días que aprovecha para “salir a tomarse un traguito o
visitar algunos amigos”. A parte de su trabajo, la vida de este ‘perrero’ es
muy monótona, frecuenta una cantina en el centro de Medellín, “La copa del
rey”, allí toma aguardiente, casi siempre acompañado de alguna mujer más joven
que él. “Las mujeres son su debilidad, después del negocio lo que más le gusta
es salir con mujeres a tomar ‘guaro’ en el centro. Después sube a la casa como
a las 4 de la mañana y siempre trae comida, él no se olvida de sus
trabajadores, somos su familia y nos cuida”, dice Pedro, quien se ríe airoso
cuando le pregunto por los gustos del ‘viejo’, como él llama a García.
Volviendo a su
trabajo, ‘Don Héctor’ es entregado totalmente al negocio, sabe ejercer en todos
los puestos: en la plancha, armando, recibiendo la plata, vendiendo las
gaseosas; aunque casi él dice que le gusta “armar”, verbo que utilizan
correctamente para nombrar el proceso que consta de agregarle los ingredientes
a su producto. “En ese puesto le va mejor, desde ahí puede coordinar todo el
negocio y así es más fácil”, agrega John Fredy quien siempre trabaja recibiendo
la plata y entregando los fichos.
Su lugar de trabajo
está casi siempre organizado, pues Héctor procura el orden y obviamente la
limpieza, ya que está es obligatoria por ser un negocio de comidas. Mantiene
limpio su trapo blanco con el que tira a la basura las sobras de ingredientes
que se riegan cuando está ‘armando’, cada que puede va al botellón de agua y lo
lava con jabón.
Así mismo es su
casa, organizada, aunque en realidad parece una bodega, “aquí guardo todo lo
del negocio, en cada pieza tengo algo diferente, en la primera las gaseosas, en
el comedor tengo las neveras y en la de atrás tengo los panes”. Los tres
cuartos que me mencionó están repletos, las torres de gaseosas limitan con el
cielo raso, las cuatro neveras no tienen ya capacidad para guardar siquiera un
kilo más de tocineta o un litro más de salsa, y las canastas de panes forman un
laberinto en la última habitación.
Esta es la vida de
‘Don Héctor’, su trabajo y su aguardiente. El primero le ha causado el desgaste
corporal que trae la vejez, ahora comienza a perder su pelo y se dejan ver
algunas canas en una barba que apenas se nota; pero el segundo le permite
convencerse de que todavía conserva algo de su juventud, podría decirse que se
viste elegante y usa sus camisas a cuadros solamente cuando va a tomar, “así me
ven mejor mis niñas”, dice sonriente mientras se acomoda una gorra beige con la
que se tapa esos efectos de la edad que ya mencioné.
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